Falsearé la leyenda
y ésta
me pertenecerá.

Falsearé
la leyenda
y ésta
me pertenecerá.

El poeta Pedro Casariego Córdoba

Artículo de ADOLFO GARCÍA ORTEGA

L y más, nº 59, invierno 2020

Convengamos que la poesía es ese cóctel de ambigüedades que el poeta trata de hacer estallar en la mente del lector por medio del poema-bomba; y que el poema es un río que solo moja a quien se deja empapar por él. Entonces concluiremos que la poesía, el poeta y el poema pocas veces son la misma cosa. Y, sin embargo, esa unidad se produce en casos muy escogidos, aquellos en los que el poeta se convierte en poema y le entrega la vida a la poesía. La vida entera, la de verdad, la de nacer y morir, con todas sus horas y todas sus ideas. En poesía, pues, se da el caso de los seres únicos, poetas que saben que el precio a pagar es muy alto: arder en la poesía de la que ellos son su propio fuego. La poesía mata al poeta, esta es la lección.

Senda de gigantes

Muy pocos eligen esa senda, porque exige abandonarlo todo para ser un poema. Solo transitan por ella los gigantes. Pienso en Rimbaud, en Keats, en Claudio Rodríguez, en Idea Vilariño. Pienso en Pedro Casariego Córdoba. De este último, fallecido en 1993 con toda una obra cumplida en 1986, cabe decir, además, que crece con el tiempo. Un tiempo al que se había adelantado y que, paulatinamente, desde 2003 en que se reunió toda su poesía, le está por fin alcanzando.

Raro y genuino

Pe Cas Cor (así firmaba) es absolutamente único. Diferente, raro, genuino, universal. Pocos unen la oscuridad y la luz en unos poemas narrativos que salpican destellos deslumbrantes e hipnóticos. Menos aún son los que se nacen a sí mismos, surgen de una tradición que empieza y acaba en sus versos. Casariego Córdoba jugó a crear y a descrear, militó en la noche de los aventureros y amaneció en el libro de la radicalidad. Es el Lorca del siglo XXI. Su hora ha llegado. Su poesía, que lo devoró, tan pródiga como insurgente, ya desconcierta al mundo y lo agita.

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