Nuestras palabras
nos impiden hablar.
Parecía imposible.
Nuestras propias palabras.

Nuestras palabras
nos impiden hablar.
Parecía imposible.
Nuestras propias palabras.

1984-86. Prosa

Piezas cortas

Verdades a medias, Espasa Calpe, 1999

Con estos textos Pedro Casariego Córdoba vuelve a pisar esporádicamente y durante un reducido espacio de tiempo el terreno de la narración breve, en el que ya había hecho algunas incursiones hacía diez años. Más tarde, en algunos cuadernos volveremos a encontrar pequeñas piezas que comparten el mismo espíritu, pero que no fueron mecanografíadas y corregidas como éstas. Pequeños y grandes momentos de personajes anónimos, pensamientos serios o humorísticos, animales u objetos que toman relevancia casi humana, pero siempre algo que contar con un estilo absolutamente propio.

En Verdades a medias, se publicaron los siguientes:

• Los animales imprudentes (13 julio de 1984)
• Todos los días (¿1984?)
• Voy a levantar una relojería (¿1984?)
• Mira, Q., hijo mío (¿1984?)
• Me emplumarán por esto (31 de enero de 1985, publicado en Parole, nº 0, 1988)
• Hay tantos y tan idénticos imbéciles (1985)
• Muy a mi pesar (1985)
• Sólo me mira un florero (¿1985?)
• ¿Cómo amar más el ritmo de la leche? (¿1985?, publicado en Amén, nº 42-43, dic. 98)
• Anochecía (1985)
• Bayas rojas circulan por mis venas (abril de 1985)
• Suelo descalzo y muchas ventanas (¿1985?)
• Tan atrapado como el agua… (¿1985?)
• Nota de un suicida dejada en medio del campo (1986)

Reproducimos aquí Mira Q., hijo mío:

Mira, Q., hijo mío, qué afilada y jugadora la hoja de mi cuchillo. ¿Te da miedo? Mira hacia lo alto, míralo todo: atardece, pero no debes tener miedo, éste es un imperio sin noche, un imperio luminoso y sin farolas, una victoria: ya sabes que el reino es el error de los súbditos del rey, y que el imperio es el error de los reinos vecinos. Aquí nunca anochece, aunque el aire negro parezca inevitable y el cielo beba como ahora el rojo de los labios y la sombra del guerrero. Mira, ya se ha ido el atardecer con su única sílaba, una vez más la luz ha conseguido pronunciar la sílaba que conjura las tinieblas. La noche que jamás veremos se ha ausentado y la mañana es nueva. ¿De qué sabidurías se habrá valido el sol para no ponerse en nuestro imperio? Algo nos protege, algo vela por este imperio sin noche, sin noche sin farolas y sin emperador, o con tantos emperadores que sus órdenes se contradicen y se devoran en los campos dormidos y en las calles de serpiente, Q., hijo de todos los emperadores cuyos mandatos no pueden cumplirse porque son infinitos, recuerda esto siempre, como se recuerda la inmovilidad de la verdadera bailarina: la única tradición, la única ley es aquí la del azar, y de ahí que manifestemos sin cesar un amor puro y desmedido por el riesgo. En otras tierras, en los reinos quinquenales y del interés compuesto, los que ven ayudan y conducen a los ciegos, los toman de la mano para hurtarles al fragor del coche repetido. Aquí en el imperio los ciegos nos transportan orgullosos entre ruedas asesinas, y los que por ello mueren son luego venerados con la gloria del olvido. El papel que aquí desempeñan los ciegos cruzacalles es sólo un ejemplo de nuestra forma de ser, y el imperio prospera porque se somete a los caprichos de la fortuna. Los descontentos, malditos sean, denuncian que en nuestra prosperidad, que se les antoja misteriosa, hay gato encerrado. Y ahora, hijo mío, si te cuentas entre ellos, si quieres ser confusión de carne y acero, descríbeme al gato, ese gato cobarde que no existe.

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