La lata es Vida
Prólogo de Antón Casariego
Prólogo de la edición de 1994 de La vida puede ser una lata, Árdora Ediciones
El primer texto que se conserva de mi hermano Pedro es de 1973, cuando contaba dieciocho años. Quizá no sea el primero que escribiera, pero sí el primero al que dio una forma definitiva y trató de fijar al mecanografiarlo. Por entonces era un extravagante alumno de Ciencias Económicas y Empresariales que iba a la Facultad con cartera, paraguas, pantalones bermudas y gabardina color crema, hiciera frío o calor.
Para el año 1986 había escrito gran cantidad de poemas, tanto sueltos como, a partir de 1977, encadenados argumentalmente en forma de narración. Ya no era un estudiante, ya no vestía gabardina color crema y pantalones bermudas, sino pantalón azul mahón y camisa azul celeste, pero seguía siendo extravagante y continuaba llevando la misma ropa en invierno y en verano. Ya era un hombre de treinta años, pero seguía pensando igual que antes, seguía sin madurar si ello quiere decir aceptar el mundo en que vivimos, tratar de apartar la mirada de sus miserias, doblegarnos ante lo inevitable, esforzarnos por buscar las compensaciones…
Tampoco se había apartado un ápice de su temprana creencia en la imposiblilidad de la expresión perfecta de los sentimientos, en la absoluta superioridad de cualquier hálito vital frente a su reflejo codificado a través del lenguaje, en la desaparición del verdadero arte durante el proceso de convertir lo interior en exterior.
Con esta carga íntima, escribir poesía se le hacía cada vez más difícil, y poco a poco fue encerrándose en un mutismo creativo crecientemente opresivo. Dibujar fue una pequeña salida, para él más llevadera, un resquicio por el que aún podían escapar sus deseos de expresarse. A comienzos de los ochenta había dado algunos toques de color a las portadillas de sus poemas inéditos, y había trazado algún que otro apunte. Luego, hacia 1985, comenzó a dibujar con una mayor asiduidad, si esta palabra puede dar idea de lo que fue siempre una actividad esporádica, desordenada. Este fue el origen de La vida puede ser una lata, unos cuantos dibujos, algunos completados con textos al pie. Prácticamente se puede decir que estos dibujos fueron los primeros que realizaba desde que abandonó el parvulario. Dibujaba con rotring y sin boceto previo. Le salieron así gracias a una particular destreza, poco educada o trabajada, aunque evidentemente repetía aquellos dibujos que no le convencían. También escribía los textos a vuela pluma. Pero para que el libro tomara cuerpo, fue necesario animar a Pedro a que continuara la labor, convencerle de que de ahí podría salir algo, asegurarle que no era bueno guardarse todo dentro.
Mi hermano Martín, nuestro amigo Emilio Calderón y yo mismo, acabábamos de fundar un tanto alocadamente, sabiendo poco del mundo del libro y nada del de la edición, una editorial, de nombre Zigzag, hoy desaparecida. Decidimos que ese nuevo libro de Pedro podía ser una buena forma de estrenarnos, y nos pusimos manos a la obra. Pensamos que cincuenta dibujos sería un número adecuado, y de acuerdo con Pedro y tras una breve encuesta entre los más allegados, los elegimos entre un total de sesenta o setenta, dibujados entre 1986 y 1987. En esta nueva edición se reproducen varios de los que entonces se quedaron en la carpeta, y algún otro posterior; en total, son dieciséis los inéditos.
Hubo un dibujo «de encargo», el número 49 –pág. 109–), que pretendía arropar el regalo (unos pendientes de alas de mariposa plastificadas) con que teníamos pensado obsequiar a cada compradora del libro. Pedro pasaba por momentos de angustia cuando lo realizó, y por ello se lo agradecimos más aún. Esa angustia que le atenazaba y que le consumía, que le mantenía en un agobiante estado de inquieta inactividad, pero que no le hacía preder el sentido del humor. No recuerdo si por incipientes consideraciones ecologistas o por la dificultad de materializar el proyecto, el regalo de pendientes nunca se llevó a cabo, y la viñeta de encargo quedó un poco en el aire, volando.
Queríamos hacer algo diferente, queríamos que el libro fuera alegre y colorido, y no teníamos mucho dinero para gastar. Como sí contábamos con manos entusiastas, de hermanos, padres, amigos, novias, que nos ofrecían gratuitamente sus habilidades, hicimos mil ejemplares artesanales, con papeles verjurados de distintos colores como base de las páginas, y con otros papeles de colores recortados a tijera y pegados encima. El pañuelo del tigre era de tela, y la corona del rey y la cresta del hombre gallo se pintaron a mano. Pedro también colaboró, a pesar del escaso entusiasmo que reservaba para actividades de este tipo, y quedó orgulloso del resultado.
Sacamos el libro a la calle en las Navidades de 1987. A lo largo de los años se ha agotado, entre ventas, pérdidas y regalos, y hoy es prácticamente inencontrable. Por eso y porque representa el momento de transición entre el Pedro poeta y el Pedro pintor (su primer cuadro es de 1989), nos ha parecido una buena idea unirlo al otro libro que comparte este volumen, ése en el que escritores que conocieron a Pedro, a él personalmente o su obra, plasman en el papel aquello que les sugiere un cuadro suyo.
Hoy sabemos que los dibujos de Pedro son suficientemente expresivos por sí mismos, y que a su trazo, a sus líneas, les sobra fuerza como para poder resultar atractivos sin la ayuda del color, por lo que los presentamos tal como fueron realizados originalmente por él, en negro sobre blanco. El tamaño, que en la edición original era aproximadamente igual al real, se ha reducido bastante, pero creemos que ello no supone ninguna desventaja.
Con respecto al título del libro, que se quiso entresacar de los textos de los dibujos (una vez elegido, el dibujo se colocó en último lugar, con el número 50 –pág. 111–, para que fuese también una especie de colofón), Pedro respondió lo siguiente a pregunta de Gallero y Parreño, en entrevista publicada en Sur Exprés:
«–¿La vida puede ser una lata?
–-Sí, supongo que sí, aunque para mí nunca lo ha sido. Creo que pensar que la vida es una lata es, si pensamos en el verdadero significado de la frase, algo muy suave, muy dulce, muy inofensivo, algo así como un grano en la barbilla o tener que dar de comer al perro o estar obligado a pronunciar frases como «Buenos días tenga usted» o, incluso, «Felices fiestas, tío Alberto». Si alguien cree que la vida es una lata, así, sin más cáscaras, tiene grandes posibilidades de alcanzar la felicidad a través del aburrimiento, del tedio, del hastío, de la benéfica paz terrena. Lo terrible es la obsesión, ser un simple esclavo de un alma estropeada. Estar encima de un tejado blanco, debajo de un cielo azul, muy aburrido, sin nada que hacer, con un pitillo y un zumo de naranja en la mano, es estar llamando a la felicidad. Y la felicidad es un ángel avejentado que a veces contesta. Porque la felicidad también es un ángel aburrido».
