Falsearé la leyenda
y ésta
me pertenecerá.

Falsearé
la leyenda
y ésta
me pertenecerá.

El día en que Pe cas Cor se arrojó a las vías del tren

Artículo de Daniel Arjona

El Mundo, 24/07/24

Pedro Casariego Córdoba, el poeta espléndido y extraño de los poemas encadenados que no encajó nunca en el blando ecosistema literario español, acabó por sumarse a la ilustre y triste nómina de los escritores suicidas.

Cuatro amigos se citan para dar un paseo que pondrá a prueba su amistad: el elefante Pernambuco, la zarigüeya Pastel, la sombrilla Trinitaria y la mosca Mig. Pernambuco, el elefante blanco fue un cuento ilustrado que Pedro Casariego Córdoba terminó de escribir y le regaló a Julieta, su hija de un año, el Día de Reyes de 1993. Dos días después, se arrojó a las vías del tren en la estación de Aravaca. Tenía 37 años.

«Mi rostro es un antifaz». «Mi segundo rostro es una careta». La muerte del poeta no fue menos enigmática que su vida y su obra. Pintor y poeta de minorías nunca, persiguió el afán de la publicación porque «el verdadero artista no condesciende jamás a engendrar un libro, una música, un cuadro».

Sus hermanos Martín, Nicolás y Antón, también escritores, llegarían a constituir una asociación mientras aún vivía para pagarle un pequeño sueldo mensual a cambio de sus versos, que circula- ban entre su embelesado círculo de familiares y amigos. La Pe Cas Cor Sociedad Imaginada sigue viva hoy dedicada a la tarea de difundir su obra.

Antón recuerda a Pedro acudiendo a la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales con paraguas, bermudas y gabardina. Siempre fue «un raro». ¿Raro? ¿Qué clase de rareza?

Su padre, Pedro Casariego H.-Vaquero, lo explicó de una vez y para siempre en el memorable epílogo a sus Poemas encadenados: «Lo raro es aquello que se distingue de lo demás, y cuando se ve acompañado de virtudes poderosas provoca una tensión creadora que pone en marcha el Universo». Otro hermano, Martín, escribió que su vida fue tan breve como plena: «¿Alguien podría decirme a cuántos años de mi vida corresponderían esos 37 de la suya?».

«1955. Nace en Madrid. 1974. empieza a escribir poesía ( … ). 1976. Se enamora perdidamente de una bella joven de la alta burguesía, que no le corresponde. Desesperado, se abandona en los brazos de las prostitutas de Madrid. 1983. Realiza trabajos temporales como jardinero, vendedor de ukeleles, repartidor de propaganda y de bombonas de butano».

Así trazaba su breve biografía, entre la realidad y la invención, el propio Pedro Casariego en unas líneas recogidas en el catálogo de una exposición de homenaje en 1991. Lo cierto es que, cuando se quitó la vida, vivía enamorado de su mujer Ana Ruiz de la Prada, hermana de la diseñadora y con una hija recién nacida. Pero le aterraban la vejez y la locura.

El poeta, como recuerda su padre, sentía que el mundo era ancho y ajeno: «Su espacio no coincidió con el de los demás, lo que le hizo sufrir extraordinariamente, y decidió cambiarlo por otro más sereno». En La primavera corta, el largo invierno (Espasa, 1999), Martín Casariego urdió una suerte de homenaje humano y literario a la figura de su hermano Pedro, «una novela que empecé a imaginar cuando él aún vivía, y la escribí cuando ya había muerto. Todo tiene que ver con él, pero sólo un 10% es real y el resto está transformado, imaginado o interpretado».

«Soy el hombre delgado que no flaqueará jamás», se presentó literariamente una vez, cita que Enrique Bunbury le robaría para una canción, para disgusto de su familia. Casariego solía vestir de azul y paseaba incansable en soledad, o tal vez demasiado cansado para no hacerlo. En los 80 irrumpía también solo en los bares de la Movida madrileña discreta, arrancaba alguna conversación discreta, como una ofrenda, desaparecía.

Pedro Casariego Córdoba dejó dos notas de despedida, un género peculiar al que se han aplicado otros hombres y mujeres de letras. En Notas de suicidio (La Uña Rota, 2022), el dramaturgo Marc Caellas reunió las cartas que dejaron para la posteridad aquellos escritores que decidieron quitarse de enme- dio por unas u otras razones, nunca sencillas de entender.

Emilio Salgari, Virginia Woolf, Anne Sexton, Mayakovski, Walter Benjamin, Stefan Zweig y su mujer Lotte, Cesare Pavese, Ernst Hemingway, Alejandra Pizarnik, Jean Cocteau, Hunter S. Thomp- son… O la poeta venezolana Miyo Vestrini, que se mató en la bañera mientras sonaba Rocío Dúrcal, y dejó la siguiente nota en la puerta del baño dirigida a su hijo: «No entres, llama a tu papá».

La editorial Seix Barral publicó en 2020, en el 65 aniversario del nacimiento de Pe Cas Cor, una nueva edición revisada de Poemas encadenados con sus seis poemarios principales. Se trata de un deslumbrante edificio lírico que persigue lo imposible: contar un argumento a golpe de imágenes surreales apabullantes y escritura automática cuajada de referencias a la cultura pop donde late a menudo un fondo de espanto. «Me dan miedo muchas cosas que no le dan miedo a casi nadie».

En el prólogo, Javier Rodríguez Marcos asegura que la prueba concluyente de su originalidad es que se trata de uno de los escasos rapsodas (¿hay alguno más?) que consiguió crear un mundo con su propio refresco: la Van-Cola. Al final del libro, hay un poema suelto titulado El suicidio es solo tuyo. Estos son sus versos: Si quieres pegarte un tiro / yo te prestaré mi pistola / Mi pistola es un manantial de esperanza / tan seco como el vientre de una anciana.

«Mi forma de escribir es la imitación del torrente», confesó Casariego Córdoba en una entrevista en 1985. «Consiste simplemente en abrir un grifo y dejar que manen de ese grifo todos los líquidos y todos los cantos químicos posibles, tratando de hacer acopio de imágenes, robando palabras a los periódicos, expresiones a las gentes, términos a los diccionarios y luego batiéndolos todos para hacer una bebida que no resulte totalmente imposible de digerir».

La antología 8 poetas raros publicada en 1992, un año antes del suicidio, incluía una breve entrevista a cada uno de los antologados. Preguntado por sus perspectivas de futuro, Pe Cas Cor respondía entonces así: «Si las cosas cambian, un empleo en una empresa de seguros, una mujer con delantal azul y blanco y un cuerpo firme y unos ojos claros u oscuros, que sepa más que yo de mecánica, y un pequeño jardín en la nieve. Si las cosas no cambian…».

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