Falsearé la leyenda
y ésta
me pertenecerá.

Falsearé
la leyenda
y ésta
me pertenecerá.

Un talento sin causa

Crítica de Fernando R. Lafuente

ABC Cultural, 20/09/2014. Acerca de El Hidroavión de K

Así fue Pedro Casariego Córdoba (1955-1993). Quien lo describió de manera tan precisa como original fue Francisco Rivas, que veía la poesía y la pintura del autor de La risa de Dios (1978) como «un fondo insondable de imágenes y secretos donde todo es tan amargo y tan bello, tan inocente y verdadero». Para los que no hayan leído a Pedro Casariego su descubrimiento será un gozoso asombro literario. Toda su obra poética está en Poemas encadenados (Seix Barral, 2003). Circula una reciente edición de uno de sus más relevantes volúmenes poéticos, El hidroavión de K. (Tansonville, 2013, con un preciso prólogo de Martín Casariego), cuya primera edición fue en la estupenda colección «Ave del Paraíso» en 1994, aun cuando el libro fuera fechado en 1978. El tiempo transcurrido no ha hecho sino realzar cada verso. «La génesis del libro –recordaría el autor– fue ver en una revista, creo que el Domus, el mapa del trayecto de un tren, el BART, en Estados Unidos, que atraviesa la zona de California […] Cogí los nombres de las estaciones y los cambié, formé términos con significado. El mundo por el que transitaba ese tren». La poesía que contienen las 77 páginas, maravillosamente editadas, es inquietante, irónica, distante, a años luz de los trazos que muestra buena parte de la poesía española de entonces y de ahora.

Para Luis Alberto de Cuenca es «el libro de un poeta que lee novelas». Una poética de los sentimientos, tras el cristal opaco del tiempo. Contiene un alfabeto, no secreto, sino discreto, invisible. Para la novelista Berta Vías, «es el artista de lo invisible». Los poemas se construyen como la vida, en un ordenado caos de poderosas imágenes, gentes, periódicos, eslóganes, frases oxidadas «como si la vida no fuera más que un gigantesco anuncio» (Martín Casariego) y un anhelo irreversble de «soñar lo indecible». Ya había advertido en La risa de Dios que «nuestras palabras / nos impiden hablar / parecía imposible / nuestras propias palabras». En este misterioso y cercano hidroavión surgen personajes de perfiles neblinosos, que el espacio, siempre evocador y temerario del tren, reúne con la habitual precisión con la que el azar y el destino deciden una existencia: un traficante de drogas, un empleado de la Lurie Company, Kierkegaard, enamorado en secreto de Marie, alguien que, como los heterónimos de Pessoa, «es grande cuando sueña». En La voz de Mallick (1981) anuncia que «la debilidad del rebelde / merece una piedad / mucho más / honda / que el océano pacífico / de los mansos». Esta es una literatura surgida de los más diversos orígenes, estilos, maneras y épocas: Coleridge, Cendrars, Hamsun, Robbe-Grillet, Bernhard, los grandes escritores rusos del siglo XIX, el arte soviético de vanguardia y Matisse, Munch y Van Gogh. Un recorrido singular, zigzagueante, oculto para mostrar un mundo que se despedaza, que se derrite tan lenta como implacablemente, una ruinas sin sentido, contado en un arte «que nadie ve».

El hidroavión de K. es una narración plástica, por momentos sórdida, irreverente, pero también solitaria, exquisita, condenadamente bella, poderosa. Un lenguaje poético de una sutileza e inteligencia que no le abandonan nunca; al contrario, subrayan el sentido y el sentimiento a cada paso, y así, avanza y afirma el sentido narrativo de toda escritura. Una propuesta que indaga en ambos géneros (poesía, narrativa). El libro es una gran pantalla de cine. En cada verso se distinguen las imágenes, los primeros planos, los planos y contraplanos, con un misterioso efecto sobre el lector, al sugerir cómo el hombre contemporáneo, en su desamparo, no desciende del mono, sino del maniquí. El ritmo, el sonido, la frase componen algo más que un poema; una irrupción de fuerza caótica y previsible, próxima y fatal. Para Casariego Córdoba, como para el poeta Georg Johannesen, «todo tiene que escribirse de nuevo», como él, también, habría querido escribir un único libro: el calendario. Ahí se condensa el tiempo y ese «presente perpetuo» que advirtiera Octavio Paz. Sí, este es un libro escrito en un idioma poético extranjero, abierto, fragmentado en impactos que son miradas melancólicas sobre el dudoso acontecer de las cosas y las gentes. Como señaló Kenneth Koch para la obra del poeta norteamericano John Ashbery, sus composiciones «irradian belleza y placer a través de un aire helado». Como en la más calibrada, contundente y compleja poesía del siglo XX, que provocaba «una impresión tumultuosa de la realidad». Una metáfora recorre el itinerario del hidroavión: la poesía como juego con el lector, la literatura como un diálogo de libros, la autoría como un relámpago de incertidumbres. Sólo en los autores de una obra abierta a la interpretación más extravagante –es decir, los que merece la pena leer– se confirma que entre la persona que da nombre al escritor y este media un invisible abismo de oscuridades. Para su hermano, y también notable escritor, Martín, la búsqueda que impregna cada página es la restitución de un lenguaje primigenio, original, que «es el digno colofón de este poema limpio, ambiguo, puro y sencillamente genial». Sí, un extraordinario «talento sin causa», si por causa entendemos la podredumbre maltrecha hacia la que deriva buena parte de la creación literaria.

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