Falsearé la leyenda
y ésta
me pertenecerá.

Falsearé
la leyenda
y ésta
me pertenecerá.

Falsearé la leyenda

Artículo de Justo Navarro

Sobre el libro Falsearé la leyendaABC Cultural, nº 139, 1 de julio de 1994

Pedro Casariego Córdoba (1955-1993) fue inventor, inventor de mundos. La vida puede ser una lata (1987) es un álbum de mundos, un atlas de dibujos y palabras a tinta china. Porque los inventores son descubridores, y los descubridores son viajeros: PCC ha contado que estos mundos los inventó en primavera, frenéticamente, a cien por hora, en un coche con faros, iluminado; aterrorizado, desprotegido, en un coche sin hierros, desnudo. Cuando las palabras no le servían de ganzúas para abrir la caja fuerte de los enigmas, PCC pintaba: Francisco Rivas dice que pintaba secretos que le robaba a la literatura.

Los mundos de PCC están habitados por seres con alas de pájaro y piernas que son coches; por un hombre cigarro que se vuelve humo; por cuerpos que son fragmentos de cuerpos, sin sombra; por un capataz que empuja sin manos una carretilla; por un hombre de media cara, sin pies, con una flor en el ojal; por lágrimas sin ojo. Y hay hombres con el corazón de miga de luna picoteado por las palomas, y hombres mordidos y mutilados por los peces y atravesados por un florete, y mutilados y atravesados y mordidos por palabras.

Porque las palabras te dan vueltas en la cabeza, inestables, inquietas, y los mundos de PCC son inestables e inquietos como palabras, mundos de tigres que usan pañuelo, y hombres que quieren ser una cacatúa y dentro de diez mil años serán un caballo.

Suceden cosas fantásticas en los mundos de PCC, historias: un tatuado se pierde en un puerto perdido, donde un río de alcohol desemboca en las gargantas de los hombres perdidos, afluentes de un río de mujeres; un miedoso oye un ruido y se esconde detrás del armario, y ve la llave que brilla y se mueve en el suelo, la llave que echa a andar; se celebra una conferencia extraordinariamente divertida: sólo se ha dormido el conferenciante. Inventor de personajes de excepción, desde el resbaladizo Schneider de Maquillaje (1983), PCC nos presenta a sus héroes: el hombre delgado que no flaqueará jamás; el hombre que extravió la mitad derecha y solicita ayuda para aprender a ser zurdo; Douglas y Juan, dos amigos de gustos diferentes: uno, que sólo existe hasta la cintura, ama el cine, y otro, que sólo existe desde la cintura, ama los paseos.

Cuatro escritoras y nueve escritores que conocieron a Pedro Casariego Córdoba han viajado por los mundos de PCC: en Falsearé la leyenda han reunido impresiones del viaje. Han escrito poemas: César Antonio Molina ha escrito sobre el luto de la ausencia, el dolor de los ausentes, un dolor que también les duele a quienes se quedan; Luisa Castro intuye cuanto cabe dentro de una cabeza y debajo de un sombrero; Julia Castillo percibe un rumor de rejas, cadena, hierro y prisión que rozan miel, sangre, panales, un paladar, pastos. José Luis Gallero llega con una promesa o una contraseña o una consigna sigilosa o un raro remedio. Enrique Vila-Matas ve un día de fiebre, un día de madre cerca, un día de olvido y lluvia oblicua.

Hay quienes traen noticias de seres misteriosos: Mercedes Monmany conoció a un animal que no es un monstruo, sólo distinto, en todo igual y distinto a nosotros, sin palabras: nunca sabremos cómo suena su voz por teléfono. Clara Janés mira una cabeza ciega, manos y brazos de sangre en un campo de trigo, manos que nunca se estrecharon ni se tocaron unas a otras. José María Parreño cabalga con el fogonero que alimenta la caldera de la oscuridad hacia la noche pavorosa, la noche en marcha, a toda máquina.

Nacho Fernández abre una caja de fotos: he aquí un caballo amigo y tuerto, una granja en Nebraska donde el vallado eléctrico a los lados del camino silba de noche como si llevara las manos en los bolsillos. Pedro Sorela revive la aventura de un Madrid agonizante de rascacielos y estruendo, la amenaza de los constructores de edificios criminales, criminales los edificios y los constructores, tuertos también, mientras un joven tan inmóvil que resulta invisible copia en un cuaderno lo visible que no existe y lo invisible que sí existe.

La poesía necesita subjetividad y objetividad para copiar la vida que todo lo amarillea, dice un personaje de Javier Arnaldo, Y Martín Casariego recuerda que el arte quizá sea la fábrica que transforma el dolor en placer y alegría, humor y optimismo. Antón Casariego apunta una conclusión en las primeras páginas: quizá los sentimientos sean inexpresables; quizá el arte sea un vapor, quizá se evapore en el proceso de convertir lo exterior en interior. Los carpinteros siempre hacemos tablas cuando jugamos al ajedrez, dijo un día Pedro Casariego Córdoba, quebrado y excepcional como un ser de PCC.

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