Falsearé la leyenda
y ésta
me pertenecerá.

Falsearé
la leyenda
y ésta
me pertenecerá.

Entrevista para Sur Exprés

Cuestionario de José Luis Gallero y José María Parreño

Sur Exprés, nº 8, marzo 1988, p.102ss., bajo el título «Nací apache»; en Ocho poetas raros, Árdora 1992, p.15ss., bajo el título «Los manicomios están llenos de ropa interior»; y en Verdades a medias, Espasa Calpe, Madrid, 1999. PCC contestó el cuestionario por escrito, por lo que esta entrevista se puede considerar parte de su obra literaria.

 José Luis Gallero y José María Parreño.- Se supone que hace usted una vida más bien aislada, que sale poco, que no ve a mucha gente. Se supone también que apenas se concede descanso a sí mismo: espera ser lo bastante rápido como para no aburrirse, lo suficientemente duro como para no flaquear. ¿Qué significa la poesía en todo esto? ¿Cuál es el trabajo de un escritor?

P. C. C.- Suponen ustedes muchas cosas, y su porcentaje de aciertos es bastante aceptable, si me permiten expresarme de ese modo. Soy un hombre huraño, a veces suave y a veces frío y egoísta. Me dan miedo muchas cosas que no le dan miedo a casi nadie. Soy un esquizoide imaginativo, que aspira a reformarse y permanece tumbado durante largas horas frente a un televisor apagado, con las manos debajo de la espalda y con unos ojos oscuros en una cara limpia y sucia a la vez. No veo a casi nadie. Me agota ver a la gente: me exalta interiormente, veo misterios en algunas mujeres y detectives en algunos hombres. Me paso la vida intentando concederme descansos a mí mismo; soy uno de esos haraganes que no dan golpe y no cesan de obsesionarse, uno de esos vagos que trabajan celularmente… Quiero decir que todas mis células, huesos y cartílagos trabajan violentamente, como obreros azules, y no me dejan en paz ni un sólo instante -imagínense ustedes, ¡ni un sólo instante!-. En el fondo, soy, y lo digo sinceramente, uno de los individuos menos creativos y más monocordes y repetitivos de este bendito universo. Lo que ocurre, afortunadamente para mí y para el rozagante y próspero mundillo editorial, es que he sido capaz de concentrar todos mis sentimientos infantiles en una nube de palabras, en un número de poemas. Casi todos mis semejantes son geniales. Algunos besan maravillosamente. Otros cagan rápidamente. Me han asegurado que hay individuos que no se cortan nunca al afeitarse, y damas que se depilan perfectamente mientras manejan sus ordenadores. Todos ellos son poetas. Hay demasiados poetas. Cada vez más. Hay tantos poetas como roedores. Por eso la poesía se vende poco. Ahora me refiero a la poesía escrita. Los que escribimos poesía solemos ser bastante blandengues. Un buen poema quizá sea el lado valiente de un cobarde. O la bala de un sentimental. O la belleza de un imbécil. El trabajo de un escritor consiste en boxear con el abecedario para conseguir un amor, o más de uno, un cheque tan mágico como una alfombra, y un gramo de gloria que sirva para no oler a sudor.

J.L.G. y J.M.P.- ¿Qué pone en juego el amor?

P. C. C.- La pregunta se las trae… El amor, Cupido y todo eso, es bastante juguetón, juega continuamente… Lo que menos me gusta del amor es que Cupido siempre me pareció bastante asqueroso… Pero la pregunta no es ninguna tontería, y por eso no sé si la comprendo bien… Un amor con todas las letras lo pone todo en juego; es como una gran ruleta, legal o ilegal, que gira y se calienta, arriesga los músculos, el cerebro, el escote y la posición social de los participantes, de los enamorados… Los enamorados suelen quedar hechos trizas, patas arriba, llenos de vendajes… Grandiosa batalla la del amor… Pero hay pocos amores con todas las letras… El más bello y desgraciado es el amor sin «r», el amo -primera persona del presente de indicativo del verbo amar-, el llamado vulgarmente «amor no correspondido». Es el amor más trágico y respetable, abunda muchísimo, es desinteresado a la fuerza y lo pone todo en juego. El 65 por cien de la poesía nace de este tipo de amor.

J.L.G. y J.M.P.- En el pie de uno de sus dibujos leemos: «No creo que esta bicicleta me lleve a Detroit». ¿Le gustaría ir a Detroit?

P. C. C.- Detroit está lejísimos. Es fría, más bien rubia, muy cara, saludablemente húmeda… Para mí es una desconocida, ¿qué quiere que le diga?… Depende… Depende de ella.

J.L.G. y J.M.P.- La vida puede ser una lata –quizá nuestro libro favorito de cuantos ha publicado–, transmite una belleza y un humor inquietantes. ¿Un libro es exactamente como la vida?

P. C. C.- Señores entrevistadores, su cara sin desbrozar atestigua el funcionamiento interior de una inteligencia. ¿Pretenden ustedes burlarse de este charlatán fugaz?… ¿Cómo va a ser un libro exactamente como la vida?… En el mejor de los casos, un libro es el hijo ilegítimo, el hijo bastardo de la vida; lo que pasa es que, a veces, los hijos bastardos son más guapos y más puros que sus padres. Un libro habla de lo que no es, de lo que pudo ser, de lo que debió ser, de lo que podría haber sido si alguien hubiera tenido una espalda derecha y no unos pies planos. La vida es. Nada más. La vida está en un ronquido, en una carrera, en la pereza, en el abandono… ¡La vida está en mis pantalones!… Llevo dos meses sin cambiarme de pantalones; espero que no se note demasiado: mis pantalones atesoran dos meses de mi vida. También mis calzoncillos son vida, y son espirituales. Pero el calzoncillo es algo efímero, menos duradero: intercambia tan rápidamente información con el cuerpo, con la vida, que hay que llevarlo cada poco a la lavadora para practicarle un lavado de cerebro y que no se vuelva loco. Los manicomios están llenos de ropa interior; por los manicomios pululan los calzoncillos de los grandes pensadores de la vida… Un calzoncillo es la obra pictórica de un cuerpo salvaje. Un libro es la frustración, respetable o no, de un cuerpo civilizado… Dios mío, todo lo que estoy diciendo es ridículo; estoy avergonzado. Necesito una copa, este púlpito apesta, y yo no bebo… Voy a recitarles un verso del injustamente olvidado poeta finlandés Lasse Vainio: «Van Gogh quisiera pintarle los labios antes de morir».

J.L.G. y J.M.P.- ¿La vida puede ser una lata?

P. C. C.- Sí, supongo que sí, aunque para mí nunca lo ha sido. Creo que pensar que la vida es una lata, si consideramos un poco el verdadero significado de la frase, es algo muy suave, muy dulce, muy inofensivo, algo así como un grano en la barbilla, o tener que dar de comer al perro, o estar obligado a pronunciar frases como: «Buenos días tenga usted», o incluso, «Felices fiestas, tío Alberto». Si alguien cree que la vida es una lata, así, sin más cáscaras, tiene grandes posibilidades de alcanzar la felicidad a través del aburrimiento, del tedio, del hastío, de la benéfica paz terrena. Lo terrible es la obsesión, ser un simple esclavo de un alma estropeada. Estar encima de un tejado blanco, debajo de un cielo azul, muy aburrido, sin nada que hacer, con un pitillo y un zumo de naranja en la mano, es estar llamando a la felicidad. Y la felicidad es un ángel avejentado que a veces contesta. Porque la felicidad también es un ángel aburrido.

J.L.G. y J.M.P.- ¿Qué opinión le merece el mundo en que vive?

P. C. C.- Cuando las cosas marchan bien dentro de ti, el mundo es maravilloso. Si las cosas se tuercen en tu corazón, todo el mundo, todo tu mundo, se avería. El mundo me parece algo espléndido y algo repugnante. Hay mucha basura y pocos basureros. Pero yo tampoco soy un misionero, no hago nada para cambiar las cosas; soy débil, y la azada pesa demasiado. No me atrevo a escupir, porque sé que también merezco que me escupan. Me alimentan bondadosamente. La cigarra tiene el pesebre repleto. Vendo millones de libros. Cuando me apetece ver Miami Vice, cojo mi reactor y me largo a Florida para ver la serie en su ambiente. Mi mujer besa mis sandalias. No puedo quejarme. Pronto habrá una calle con mi nombre, y el mundo mejorará muchísimo. Será una calle fría.

J.L.G. y J.M.P.- Leemos en uno de sus poemas: ‘Mi corazón está vacío. Yo lo vacío personalmente todas las mañanas’. ¿No es usted nada sentimental?

P. C. C.- No sé si soy sentimental. Quizá lo sea. Lo que sí sé es que estoy plagado de sentimientos, de peces que piden calor. Lo que también sé es que no soy inteligente. Somos ocho hermanos, y yo soy el mayor y el más tonto de todos. Sólo sirvo para una cosa: para que los demás piensen que soy un tipo inteligente. Es tarea fácil lograr que los otros te tomen por un pensador o un filósofo. El engaño consiste en hablar poco, callar mucho, sonreír una o dos veces al año con la mitad de la boca, callejear solo, mirar fijamente, ser un estrafalario, en fin, la tarea es casi eterna, pero el éxito está asegurado. Si inventaran una báscula capaz de pesar la inteligencia, llegaría inevitablemente mi ruina y la de treinta mil artistas del puntito y la coma. Un hombre inteligente no se dedica a escribir. Un hombre inteligente se hace príncipe del silencio. Lo terrible es que resulta casi imposible distinguir al príncipe del silencio del idiota que con su silencio se esfuerza porque le juzguen genial… Si soy un artista medio decente, es porque soy bastante bruto y poco brutal.

J.L.G. y J.M.P.- Según su biografía, ha sido usted pianista, jardinero, pintor, vendedor de ukeleles… ¿Qué perspectivas cree que le ofrece el futuro?

P. C. C.- Mi biografía siempre fue incorregiblemente mentirosa… Si las cosas cambian, un empleo en una empresa de seguros, una mujer con delantal azul y blanco, y un cuerpo firme y unos ojos claros u oscuros, que sepa más que yo de mecánica, y un pequeño jardín en la nieve. Si las cosas no cambian…

J.L.G. y J.M.P.- Declaraba usted en una entrevista: ‘Me gusta el artista que no hace lo que denominamos obra de arte». ¿Podría extenderse sobre esta afirmación?

P. C. C.- Sí, podría extenderme largamente sobre esta afirmación, porque me parece indudable que el verdadero artista no condesciende jamás a engendrar un libro, una música, un cuadro; pero preferiría no hacerlo, para abrazar, por una vez, al artista de lo invisible, de lo inaudible, de la hierba amarilla y la estrella mojada.

J.L.G. y J.M.P.- Sus poemas tienen algo de canciones de héroe solitario. ¿Le gusta el mundo de los héroes solitarios?

P. C. C.- Me encanta el mundo de los héroes solitarios, pero tengo que reconocer que lo conozco poco y mal. Puede que lnvictus, el protagonista de mi libro La vida puede ser una lata, sea un héroe solitario, no lo sé… Tendré que preguntárselo… Es una pena no poder entrar en una agencia de viajes, y decir: «Por favor, un billete para el mundo de los héroes solitarios», salir de la agencia con un billete de cohete y muchas esperanzas…

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